Hace unos días, los responsables del Grupo Zeta anunciaban que dos de las más emblemáticas cabeceras de nuestro país, Interviú y Tiempo, cerraban ante las importantes pérdidas generadas en los últimos años. Las dos revistas acumulaban una caída del 65% en distribución en los últimos cinco años y del 80% en la última década, así como significativas pérdidas en el campo de la publicidad. La crisis no solamente ha llegado al papel. La televisión tal y como la hemos conocido hasta ahora, tiene los días contados.
Aunque algunos expertos hablan de cambio generacional, la cuestión va mucho más allá y está ligado a elementos estructurales. Los cierres de estas cabeceras están muy ligados a la crisis de los medios de papel, que no están consiguiendo reinventarse y seguir siendo relevantes en medio de la revolución del consumo de información en la que ahora mismo está sumida la industria y la sociedad.
Basta con mirar las últimas cifras de la OJD de los grandes medios en papel para verlo: según los datos de noviembre, las grandes cabeceras han cerrado el mes con mínimos históricos. El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia, El Periódico y La Razón solo lograron vender de forma conjunta 298.381 ejemplares de media diaria, a pesar de que el período fue uno de gran actividad informativa y pico de consumo de información por Cataluña.
Los medios de papel han intentado seguir manteniendo su estatus, pero sin cambiar su dinámica y sin modificar su método de trabajo. Las constantes oleadas de despidos de periodistas en las cabeceras de papel han hecho que los periódicos pierdan muchísima calidad y que sus contenidos ya no sean atractivos, puesto que la gran mayoría de informaciones son notas de agencia de noticias o son contenidos que ya habían publicado en internet.
Internet, otro frente abierto
Además del cambio generacional, la llegada de Internet ha sido fundamental para comprender el batacazo de la prensa tradicional. El fallo esencial ha sido que en lugar de asumir que internet les ha robado la última hora y que tenían que cambiar cómo compartían las noticias, han seguido posicionándose igual.
En lugar de pararse a comprender internet, se ha intentado forzar las cosas y conseguir dinero rápido, al tiempo que mirar por encima del hombro al nuevo medio. Las versiones online se llenaron poco a poco de anuncios muy molestos y de triquiñuelas para lograr tener más tráfico (o aparentar tenerlo) y vender más anuncios. Páginas que se abren solas, redirecciones, compra de tráfico, anuncios que aparecen donde menos se lo espera el visitante…
Todo ello no solo ha hecho que las cifras de tráfico sean muchas veces cuestionables, sino que ha acabado detonando los precios publicitarios. El tráfico que se conseguía era de mala calidad, los anuncios llegaban a públicos que no querían verlos o que los ignoraban y las marcas y empresas estaban gastando dinero casi al aire. Los medios de papel intentaron hacer que sus versiones online completasen lo que perdían en su edición original, pero lo hicieron con pies de barro.
TV, renovarse o morir
Hace años la radio tuvo el mismo problema: se tuvo que enfrentar al envejecimiento de su audiencia. De hecho, el medio estaba en crisis porque se iba quedando sin oyentes y no tenía un recambio generacional que compensase las cosas. Los jóvenes, en general, no escuchaban la radio y no eran usuarios del medio de comunicación. Sin embargo, en los últimos años, la radio está viviendo una suerte de revival ya que ha conseguido renovarse. Lo que está funcionando y lo que está haciendo que tengan nuevos oyentes son los podcasts, la radio a la carta, que ha logrado conectar con las audiencias millennial.
El mismo problema está sufriendo la llamada “caja tonta”. La tele ha enfrentado los últimos años como en una suerte de cuesta abajo. Internet y los contenidos bajo demanda se han convertido en su gran competidor y, además está consiguiendo llamar la atención de las franjas de edad más jóvenes, como Generación Z y millennials. A eso se suma que los espectadores más jóvenes, los niños, están cada vez más familiarizados con servicios como YouTube y los emplean cada vez más, lo que hace que la tele pierda minutos de exposición (y horas).
La programación está, en algunos casos, orientándose ya a públicos de grupos demográficos de más edad con programas y contenidos que consideran que les interesarán directamente a ellos. Pero incluso en aquellos programas que funcionaban como una suerte de blindaje (telediarios y reportajes informativos) y como un elemento que llegaba a todas las edades están perdiendo tracción. Para los consumidores más jóvenes (pero por jóvenes hay que entender también a los millennials, que ya no lo son en realidad tanto), la fuente de noticias es internet. Y por eso la tele está viendo como también envejece la audiencia de su hasta ahora contenido estrella.
Y es que, incluso, la tele podría perder ya por completo su condición de punto principal de acceso a la información en general. El encender la tele cuando pasa algo para saber qué ocurre se podría estar acabando. Según un estudio de Pew Research, la televisión está a punto de perder la batalla contra internet en cuestiones informativas. Los datos son sobre una muestra estadounidense, pero resultan igualmente interesantes. Según las conclusiones del estudio, el número de personas que usan la tele de forma regular para acceder a las noticias ha pasado de ser el 57% en 2016 al 50% en 2017. Tanto es así que en el estudio predicen que en 2018 internet adelantará por completo a la tele.
La cuestión podría variar todavía más en un futuro inmediato porque, como recuerdan desde NiemanLab, las redes sociales están tomando ciertos pasos para tener más peso en este terreno. Facebook, que no consigue encontrar cómo hacer que su Watch tenga el tirón de YouTube, está empezando a meter clips de noticias de la CBS, una cadena que también quiere encontrar cómo llegar a estos nuevos espectadores. ¿Será el primer paso para una migración hacia otros escenarios? Parece que sí, que el futuro andará por esos lares.
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